por
Ana Alejandre
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El panteón "okupado" |
Desde
luego, en épocas de crisis siempre se agudiza el ingenio para combatir los
muchos problemas económicos que surgen en estas etapas de "vacas
flacas", como las que está viviendo la mitad de la Humanidad -con independencia de
la otra mitad que no ha conocido nunca otra situación que la miseria pura y
dura como único y posible estado de vida permanente de la que no tiene
esperanza alguna de salir-. Sin embargo, hay quienes además de agudizar el
ingenio, también le echan "cara" al asunto, quizás por una tenaz costumbre
de hacerlo, lo que le ha proporcionado siempre soluciones improvisadas pero
eficaces para combatir la falta de medios económicos, pero no de ideas
brillantes para ir saliendo del apuro, hasta que la brillantez de su
estratagema se convierte en oscuridad al ser descubierta y tener que
enfrentarse a las consecuencias no siempre buenas, sino todo lo contrario.
El caso que nos ocupa en esta ocasión, la protagoniza una
ciudadana argentina, Adriana Villarreal, de 43 años, para solventar su difícil
situación económica producida por su reciente viudedad, al morir su marido, Sergio
Yade, en 2010, con sólo 28 años de edad y en oscuras
circunstancias, al que califica la viuda de haber sido una excelente persona
que se merecía lo que ella llevó a cabo y que parece extraído de una película
de suspense (para algunos, de terror) de la mejor factura.
Todo se descubrió al notar los familiares de otros
fallecidos en el cementerio de la localidad Dos de Mayo, en la provincia de
Misiones, que se escuchaba música de alto volumen en el panteón donde
está enterrado el difunto marido de la protagonista de esta curiosa historia. Dichos familiares de otros difuntos que querían que los idem descansaran en paz
y no tuvieran que soportar los atronadores sonidos que provenían del panteón en
cuestión, lo pusieron en conocimiento de los encargados de dicho cementerio,
por lo que inspectores municipales se dirigieron al panteón "sospechoso"
y ruidoso para ver cuál era la causa de haberse convertido en una sucursal improvisada
de cualquier discoteca local.
Al acercarse al ruidoso panteón y llamar a su puerta, pues es
una construcción en forma de casita de estilo actual y "preparado como una
casa" (se acompaña imagen), según informó el comisario local, Gustavo Braganza,
se quedaron atónitos al ver como les abría la puerta una mujer en pijama. Le
indicaron que existía un horario estricto de visitas, además de la prohibición
expresa de pernoctar en cualquiera de los panteones o tumbas o, simplemente, dentro del recinto
del cementerio.
El interior del panteón contaba con toda clase de
comodidades: televisor, ordenador, equipo de audio, silla, cocina a gas y cama. La ingeniosa "okupa"
afirmó que ponía música despacito porque a él -el difunto marido- le gustaba la
música de ese tipo, y también afirmaba no tener miedo de dormir al lado de un
cadáver porque "los muertos no hacen nada". Además de tener un
excelente sentido práctico, también lo tenía lógico, lo que hay que
reconocerle, al menos. Afirmó que le
gustaba visitar a su difunto marido porque era la única familia que tenía en
esa localidad y que no podía pagar tanto dinero para hospedarse en un hotel
durante todo el largo tiempo que duraban las visitas "okupacionales"
de la viuda.
El panteón fue cerrado con candado por los inspectores y
la insólita viuda regresó a su casa en la provincia de Buenos Aires. Todo esto
lo explicó la ingeniosa mujer a la página web misionesonline.net, afirmando que "Cuando se ama mucho
al hombre uno puede hacer ese tipo de cosas. Mi marido se merece eso y mucho
más era una persona muy buena, todo lo que puedo hacer por él es poco".
Además de sus continuas y largas visitas al panteón "residencial" (para ella, más que
para el difunto) que se había montado la doliente viuda que hacía a lo largo de
todo el año, también lo visitaba en Navidad y Año Nuevo, pero con la nota
insólita de que llevaba pirotecnia para celebrar junto a su embalsamado marido
tales festividades que debían dejar el camposanto iluminado y al resto de los fallecidos
allí enterrados "alucinando en colores", pero no por los fuegos
fatuos, sino por la, insólita, aprovechada y utilitaria forma de homenajear a
su marido muerto y, al mismo tiempo,
construirse un pequeño chalecito en pleno campo(santo), rodeado de árboles,
naturaleza(muerta) y vecinos nada ruidosos y quietecitos que nunca protestarían
por el volumen de la música, ni le exigirían el pago de la Comunidad, tener que
acudir a las espantosas reuniones
vecinales, ni pagar las diversas energías, porque todas esas estaban incluidas.
O sea, que
encontró en ese panteón no sólo el consuelo de su triste viudedad, al visitar al
difunto, sino también, y sobre todo, encontró y explotó un verdadero chollo.
Por algo dice el refrán que "los duelos con pan son
menos". Con pan y panteón-residencial, habría que añadir...