29/12/11

Mary Peck Butterworth, insigne falsificadora de billetes con enaguas viejas

Supuesto retrato de Mary Peck

por Ana Alejandre                                 

La historia de esta mujer es reconfortante en momentos de crisis económica como la que estamos atravesando y padeciendo, porque nos ilustra de los inventos que la imaginación, acuciada por la pobreza, puede crear con resultados tan brillantes como los de esta historia que siendo real, parece pura ficción.
Nuestra protagonista, una feligresa de Massachussets, Mary Peck Butterworth, nacida en 1686 en Rehoboth, Massachussets, a los 24 años se casó con John Butterworth, un modesto granjero con el que  malvivía trabajando en una pequeña granja, herencia familiar . Fue madre de siete hijos y con escasísimos medios económicos se convirtió en el jefe y cerebro de una banda de falsificadores con la que logró amasar una suculenta fortuna, a pesar de lo peregrino de su sistema pero que funcionó tan bien que ojalá hubiera tenido el Gobierno de Zapatero un cerebro así para sacar a España del atolladero con las enaguas de las ministras o los calzoncillos de los ministros y demás jerifaltes, por poner un ejemplo. La historia se las trae y es hora de contarla:
Nuestra avispada amiga, con sólo 34 añitos y un cerebro con más peso que el de un premio Nobel, inventó un sistema de falsificación de billetes con los que mantener a sus siete churumbeles que comían como catorce. Todo lo hizo sin moverse del pequeño pueblo de Massachussets en el que vivía, pero su inteligencia y capacidad de iniciativa le llevó mucho más lejos de lo que nunca hubiera podido imaginar.
El lector se estará preguntando ¿cómo llegó a la idea de falsificar billetes con sus propias enaguas?, (la cosa tiene miga, desde luego), pues, muy sencillo, porque se dio cuenta que la imagen de un periódico sobre el que había depositado la plancha caliente se quedó impresa en la camisa de uno de sus hijos cuando estaba planchando y almidonando la ropa familiar. Entonces pensó –y es que las amas de casa no dejan de pensar nunca en cosas prácticas y no en el futbol y bobadas de esas que les gustan a los maridos-, que si eso era posible, pudiera serlo también  si dejaba la plancha caliente sobre un billete de banco, emitido en la colonia inglesa por entonces, y después lo pusiera sobre un papel, que se produjera el milagro. Pensado y hecho, la cosa funcionó a medias, porque la impresión aparecía débil y el papel arrugado, si no se quemaba el papel con el calor de la plancha. Pero como era una mujer echada ‘pa alante’ –no hay forma de planchar mirando para atrás-, empezó a buscar variantes y lo encontró la solución tiesa y almidonada. Puso la plancha caliente que había posado sobre un billete sobre la muselina almidonada de una de sus enaguas usadas, pero más tiesas que una mojama con el almidón que le había dado a tutiplén para ese fin, y así consiguió el molde del billete estampado sobre la susodicha enagua y luego lo fijaría en el papel con la plancha no muy caliente. Después, sólo había que terminar marcando los perfiles directamente en el papel con una pluma de ganso, para subrayar los últimos detalles, entre ellos el valor del billete, cuestión principal que no era moco de pavo.
            Como fue todo un éxito rotundo y en aquella época no existían los medios de control y detección de billetes falsos actuales: que si el holograma, que si la banda magnética, que si el gramado del papel y todas esas zarandajas, el billete falsificado coló, ése y unos cuantos de decenas de miles más que produjo la familia en pleno y cuyos billetes lo utilizaban en el vecindario sin despertar sospechas, porque ¿quién iba a pensar que aquella madre multípara con carita de mosquita muerta era la jefa de una banda de falsificadores y además un cerebro de las finanzas? Pues nadie, pero nuestra buena amiga –quién tuviera la suerte de tener cerca a alguien así para solucionar los problemas de fin de mes, en fin-, no sólo se conformó con falsificar caseramente los billetes que después colocaba en los distintos comercios locales, sino que aumentó el negocio y pensó en la expansión del mismo por lo que contactó con revendedores a los que les vendía los billetes que “fabricaba” a la mitad de su valor nominal. ¡Todo un genio de la ingeniería financiera, la nena!
            El éxito fue total y tan enorme la cantidad de billetes que falsificó a base de enaguas y papel en blanco que, en muy poco tiempo, llegó a afectar a la economía de Nueva Inglaterra y al control de las finanzas coloniales. Sin embargó, cometió un error, la muchacha, quizás porque el éxito conseguido y el dinero que habían “trincado” así le obnubiló su capacidad lógica-matemática y de raciocinio y “se le fue la olla”, hablando coloquialmente. ¿Cuál fue su error? Pues se compró una valiosísima mansión, una de las más lujosas de Reboboth que inscribió a nombre de uno de sus hijos para “despistar” a los de Hacienda; pero como a estos -aunque parezcan que están dormidos son como los búhos que duermen con un ojo cerrado y otro abierto-, en una inspección rutinaria les llamó la atención la compra de dicha mansión e interrogaron a uno de los hermanos de nuestra heroína –que era más tonto que su hermana, desde luego-, sobre la sospechosa compra y de dónde habían sacado el dinero y, después, a la propia protagonista de esta increíble historia,  quienes presos del pánico, uno y otra, pero más el uno que la otra, confesaron la verdad, además de ser interrogados también el hijo, supuesto propietario de la mansión, la nuera y uno de los revendedores de los billetes. Es decir, no faltó nadie a la cita con la Justicia, aunque de todos es sabido que ésta siempre es lenta, pero cuando huelen dinero corre que se las pela.
Sin embargo, el juicio que se celebró en 1723, le dio otro golpe de suerte a nuestra amiga que fue declarada inocente, ya que la idem había arrojado al fuego los moldes con los que fabricaba sus “inocentes” billetitos, aunque es de suponer que se quedaría con copia porque inocente o no, era más lista que el hambre y ésta sí que le daba miedo.
Después de su declaración de inocencia –el inocente fue el fiscal que no encontró pruebas contra ella-, se dedicó “a sus labores”, a las que se había aficionado, y no sólo siguió falsificando billetes ella y su familia, sino que enseñó a hacerlo a toda la parroquia –hay que buscarse cómplices que además del silencio, ayuden en las labores-, y sólo abandonó tan lucrativa afición a los 88 años, edad a la que murió inmensamente rica y alabada por todos los que aprendieron a que siempre es mejor un billete falso que una deuda cierta.
Hay que decir que esta mujer y toda su prole figuran en los anales de la historia de los mayores falsificadores del mundo en un puesto de honor. Se advierte esto para evitar suspicacias de quienes crean que esta historia real es un puro cuento, aunque hay que admitir que lo parece; pero lo lamentable es no poder contar con otra Mary Peck en estos momentos, porque la zona del euro sí que iba a temblar.
Dios tenga en su gloria a tan inocente criatura.

12/7/11

Sexo y violencia, las dos caras de la misma moneda.





Los científicos de varios centros estadounidense han identificado el nexo que existe entre el sexo y la violencia, lo que parece explicar biológicamente por qué comportamientos sociales tan aparentemente distintos, son realmente muy parecidos y tienen un origen común.

Parece ser que este nexo de unión está originado por la red neuronal que se localiza en una zona del hipotálamo. Con experimentos realizados con ratones, usando una tecnología que combina la óptica y la genética, se ha comprobado que las mismas neuronas se activan en pleno ataque agresivo y se inhiben mientras se produce el apareamiento.

Aunque  estos experimentos sólo se han realizado con ratones, sin embargo, los científicos que los han llevado a cabo afirman que este descubrimiento podrá ser muy importante para explicar la relación existente entre sexo y violencia que es tan evidente en el comportamiento de lo seres humanos.

El método utilizado fue poner a dos ratones machos en situación que podía desencadenar una agresión, y después a uno de esos machos lo pusieron al lado de una hembra en una situación de apareamiento.

Parece ser que las neuronas del núcleo ventromedial del hipotálamo (NVM) se activaron en los encuentros con ambos sexos. El 40% de las neuronas NVM se activaron en el encuentro entre machos, pero solo la mitad de ellas continuaron activas durante el ataque. Sin embargo, cerca de un tercio de las células estaban excitadas cuando estaba una hembra cercana que disminuyó en dos tercios cuando comenzó el apareamiento. La activación simultánea de algunas neuronas durante las primeras fases de los encuentros –agresión y relación sexual- indican que «ambos comportamientos están profundamente enraizados en la arquitectura básica del cerebro», explica, el neurólogo Clifford Saper de la Escuela de Medicina de Harvard.

            La única esperanza es que se puedan manipular las neuronas de los machos en celo para reducir la agresividad, lo que parece probable, porque el mismo equipo de investigadores realizó experimentos sobre el hipotálamo de los ratones y parece ser que los resultados fueron buenos, aunque temporales, ya que durante una semana el 25% de los animales que habían atacado anteriormente a otros animales, redujo considerablemente su agresividad.

            Estos resultados parecen abrir una esperanza para conseguir modificar el comportamiento humano. Esto ya se narraba en la famosa película de Kubric “La naranja mecánica”, en la que un psicópata que violaba a mujeres, además de tener una gran carga de violencia en su comportamiento general, se somete a esta posible terapia conseguir anular su enorme carga de violencia.

            Esta relación violencia-sexo que ya ha sido descrita abundantemente en la literatura, la música y el cine, viene a reconocer lo que las mujeres intuíamos desde hace mucho tiempo: que el hombre, el macho, cuando está buscando “apareamiento” es cuando más agresivo, bruto o bestia se comporta antes. Por eso, de ahí viene el dicho tan conocido de que “la mujer es el reposo del guerrero”, o sea, que primero se lía a tortas el tío, y después se busca a la mujer, propia o ajena, -no suelen hacer ascos siempre que esté buena- para darle un repaso, sexualmente hablando, y las energías que le quedan de haberse liado a mamporros, -o  de no haberlo hecho, lo que es peor para la pobre fémina que viene después y se encuentra a “su Manolo” hecho un basilisco y con ganas de morderle la yugular a cualquiera, a cualquier que se le ponga por delante o, por detrás, que también los hay aunque sea feo señalar-, pues esas pocas energías o muchas, según el caso, tiene que aguantarlas la esposa, novia, amante, o cuarto y mitad, cuando se encuentra con un maromo metido en su cama y, aunque no sea una bestia zoológicamente hablando, si tiene cara de ídem y comportamiento más aún.

            Ya decía la actriz Robin Givens, esposa de Mike Tyson, el famoso boxeador estadounidense, que si a algo le tenía miedo era a los encontronazos mañaneros con su marido, porque a esas horas el tío tenía toda la energía del mundo y la dejaba hecha unos zorros, aunque también le terminó llamándola “zorra” y la intentó defenestrar –tirar por la ventana, vamos-, demostrando que el tío bestia tenía muy poco de hombre y sí mucho de bestia, antes, durante y después del apaño sexual.

            Si al final se consigue quitarle la agresividad a tantos hombres que están dispuestos a partirse la cara con cualquiera y, cuando no lo encuentran, se la parten a la pobre mujer que tienen al lado y después le proponen tener sexo y que ella esté cariñosa, sensual y dulce, lo que no es extraño, sino frecuente,  lo que provocó esa respuesta que dio una mujer, harta de aguantar al bruto que tenía por marido, cuando éste le pidió que le dijera algo dulce y ella le contestó rápidamente en una demostración de reflejos impresionante: “tu p…. madre en almíbar”.

            Lo dicho, la culpa la tienen las neuronas del hipotálamo que a algunos le hacen circuito y, a otros, les hacen eco. ¡Qué hombres!

19/3/11

El cerebro humano ha disminuido su tamaño


Según un estudio realizado sobre el tamaño del cerebro humano por antropólogos recientemente y publicado sus resultados en la prensa (ABC/Ciencia 08/02/2011), el cerebro humano de hombres y mujeres ha disminuido en los últimos 30.000 años en una proporción aproximada del tamaño de una pelota de tenis. Naturalmente, esa pérdida sustancial que no es moco de pavo, no nos hace más tontos a hombres y mujeres y demuestra que el tamaño del cerebro no está en proporción directa a la inteligencia, como venían aduciendo los machitos que presumían de superioridad por tener los hombres, generalmente, la cabeza más grande que la de las mujeres –aunque olvidaban ese refrán que dice que “cabeza grande: muchos mocos y talento poco”, pero ese es otro cantar que dejaremos para otra ocasión.
            Pues bien, los antropólogos que han estudiado la evolución del cerebro humano comparando muestras de cráneos que van desde 1,9 millones de años hasta 10.000, ¡que ya son años y cráneos!, para llegar a la conclusión de que el tamaño medio del cerebro humano moderno  -Homo sapiens- ha pasado de  1.500 centímetros cúbicos a 1.359 centímetros cúbicos, lo que significa una reducción de un 10%. Relacionan esa disminución con la concentración humana en un determinado lugar –ciudades modernas- lo que hace menos necesaria la cantidad de masa gris para sobrevivir y resolver los problemas que se presentan. Es decir, el ser humano actual, al vivir en zonas más pobladas que en épocas pasadas, tiene menos necesidades que resolver por sí mismo tanto para la alimentación, vivienda, seguridad, higiene, etc., por estar estas cuestiones resueltas por la propia comunidad y su diversidad de ocupaciones Y profesiones, además de los adelantos tecnológicos con los que cuenta hoy en día.
            El profesor David Geary, de la Universidad de Missouri, afirma que el hombre de Neardental que vivió hace 30.000 años era de mayor corpulencia y su cerebro, por tanto, era también mayor, ya que necesitaba más materia gris para lograr sobrevivir en un entorno hostil. El hombre de Cro-Magnon, alrededor de 17.000 años, el Homo Sapiens más fuerte, tenía el cerebro más grande que el hombre actual.
Al surgir la civilización moderna y tecnificada, el cerebro fue perdiendo masa pero no inteligencia, porque ambas cuestiones no están relacionadas, aunque para muchos machistas esa era la prueba irrefutable de su supuesta superioridad en relación con las mujeres, ya que no podían demostrarla de otra forma, lo que ahora la ciencia ha venido a descartar de un plumazo. Ya se sabe que cuando no se puede presumir de ser más inteligente, se presume de otras cuestiones peregrinas: de ser más grande, más fuerte, o más bruto, etc., es decir, menos evolucionado, en suma.
Ahora, en esta época de familias más reducidas, casas más pequeñas, aparatos que cada vez ocupan menos espacio (sólo hay que recordar las radios de hace décadas, los televisores, teléfonos, automóviles y cualesquiera otros cachivaches tecnológicos) para darse cuenta de que cada vez tienen más prestaciones, más calidad tecnológica, ocupan menos espacio, gastan menos energía y hasta cuestan menos, a medida que las cadenas de producción van incrementando la oferta en relación con la demanda.
Por eso, el cerebro humano va siendo más pequeña, más especializado, más versátil y más funcional, en cuanto que desarrolla las mismas funciones con un gasto de energía menor y ocupando menos espacio. Algo así como el modelo soñado por toda mujer  de lo que es un buen marido, soñado pero no real, por lo menos hasta ahora.
Al hombre antiguo y moderno siempre le preocupó “el tamaño”, pero la ciencia demuestra en un giro sarcástico, que a medida que el ser humano iba perdiendo volumen y se hacía más liviano, su cerebro empequeñecía, pero su potencialidad aumentaba. El tamaño aquí no importa, sino su  capacidad y potencia, cuestión ésta que lleva a mal traer a muchos hombres preocupados por cuántos centímetros  y no por cómo se usan – aquí no ser malpensados que hablamos de la cabeza superior; de la otra, el estudio de referencia no ha dicho ni mu-.. Por ello, la superioridad en inteligencia medida por la capacidad craneal se ha quedado como uno de los muchos bulos que el hombre creaba para creérselo él mismo e intentar que la mujer se lo tragara, cosa que en este tema no se ha tragado nunca ni con bicarbonato, para indignación de los hombres y recelo de las mujeres que notaban que los hombres, en general, eran más grandes, fuertes, pesados (en el doble sentido) que ellas, pero lo de que eran más inteligentes por tener un cabezón más grande, les parecía algo así como lo de que “el hombre, como el oso, mientras más feo más hermoso”. Es decir, propaganda machista para convertir los defectos masculinos en virtudes y encima pretender que la prójima se lo creyera a pies juntillas.
Ahora, con estos descubrimientos –cuestión que las mujeres sospechaban desde tiempos inmemoriales- que confirman que el cerebro mientras más evolucionado y, por lo tanto, más inteligente, ocupa menos espacio, se van a tener que cambiar ciertas actitudes machistas hacia las mujeres. Ya no se puede presumir de ser más alto, fuerte, estar cachas y encima tener “más cabeza”, en el sentido tradicional que se le da a la frase, sino que el hombre va a tener que reconocer de una vez por todas que la mujer, por ser posterior en la evolución que el hombre, no sólo le quitó a éste una costilla, sino que le quitó también parte de la sesera (que éste no echa de menos porque ni se enteró que la tenía de no usarla) y a partir de ahí empezó la evolución que le ha llevado a la especie humana hasta el momento actual en el que el hombre va perdiendo cabeza, potencia (¡mental Hay algunos que piensan siempre en lo mismo) pelo, fuerza, pero va ganando conocimiento, sutileza, especialización y complejidad, pero aunque ese es el prototipo todavía está lejano el día en el que empiece a funcionar de verdad y pase de la potencia al acto, y deje de ser el proyecto del hombre ideal en doble sentido, por ser una idea de perfección y por ser sólo eso: una idea  utópica,  no una realidad constatable y disfrutable.
En definitiva, estos científicos de Missouri han venido a constatar lo que las mujeres sospechábamos, o mejor dicho sabíamos, que a un hombre no se le debe medir por su tamaño (a no ser la de su cuenta corriente), corpulencia (si no lo queremos para acarrear paquetes y bolsas), ni tamaño de su cabeza (la de abajo, sí), sino por la capacidad para resolver problemas (familiares, económicos y emocionales), ductilidad para realizar diversas tareas (sobre todo, las domésticas), sentido del humor ( para que las haga contento y no enrabietado) y comprensivo (cuando llegan las facturas a final de mes, sobre todo). A un hombre así se le puede perdonar cualquier cosa, incluida que pierda masa cerebral; ya que, como no suele usarla demasiado, la mujer que tenga al lado no lo notará especialmente, porque al fin tendrá al lado a un compañero con menos sesera, pero más adulto, inteligente y capaz de poder hacer dos cosas al mismo tiempo, lo que ya será todo un logro para lo que deberá perder la masa cerebral equivalente a un melón.
Aunque, para conseguirlo ,se anuncia una larga espera para las mujeres…